Dame un bolígrafo y un papel y te enseñaré a soñar. Antes de que aprendas a soñar debes cerrar los ojos y imaginar un mundo nuevo, solo para ti y para mi..

domingo, 22 de abril de 2012

Porque parece que mientras más te vas, menos ganas tienes de regresar. Es muy fácil dejar los pensamientos desordenados, y las necesidades básicas como principal prioridad. Olvidar que hay veces que la tristeza logra colarse por la ventana, sobre todo en estas noches de calor en que sólo queda dejarla abierta y que las luces de la ciudad entren a raudales en la habitación. Mirar las calles desiertas y darte cuenta que tu compañía para la soledad se encuentra muy lejos de aquí. Que no hay tantas estrellas, que me sobran los dedos para contar deseos. Que hay momentos en que vuelves a querer escapar, a dónde sea, el único requisito es no pensar, y no arrepentirse nunca. Esperar a que todo vuelva a estar en orden, escoger bien el andén y esperar un siguiente tren. Llenar la maleta de emociones que se quedaron impregnadas en millones de fotos, de nuevas ilusiones, y sobre todo de saber que a veces no necesitas de nadie más que de ti misma.
Creo que si me preguntaras el momento en que volví a sonreír, te lo contaría juntando todos los detalles. Te podría decir que el cielo estaba gris, que no había estrellas aunque si miles de deseos, que la brisa era fría, que la música inundaba las calles, que podía escuchar cada palabra y descubrir mil cosas ocultas detrás de cada una. Que me fui a dormir tomando decisiones que me mataban de miedo, pero a la vez me hacían sentir algo que no podría escribir. Si me preguntaran ahora, diría que el tiempo no ha pasado, y que no soy capaz de encontrar las mismas cosas ni aunque recorra millones de kilómetros. Que hay tantas manos y tantas caricias, pero el aire siempre se acaba llenando de palabras vacías, de gestos que empiezan a inundarte, pero acaban todos en lo mismo. Yo necesito ese complemento que de gas a mis alas, el ingrediente secreto que se esconde debajo de tu almohada, ¿lo entiendes ahora?
De vez en cuando necesitamos un día. Un día para llorar, para gritar, para odiar y querer al mundo a la vez, para desahogar todas esas cosas que dejamos en nuestra cajita de seguridad sólo por si acaso. Para pensar en lo que ya no está y en todo lo que hemos conseguido. En que mañana el parte sigue dando tormentas pero por el corazón no pasa ni una sola gotera. Un día para coger todo el aire que podamos y respirar muy muy profundo, para preparar cada pequeño cambio en nuestra vida. . Y no sé hacia donde voy, nunca lo sé. Lo que sí sé es con quien quiero ir. También sé que una sonrisa robada por alguien en el momento justo puede salvar un mal día. Que las cosas también pueden estar destinadas a salir bien.
A veces todo es demasiado bonito como para creérselo, aún así supongo que hay que hacerlo. Yo creo que podría tener resaca de besos todas las mañanas. Podría acostumbrarme a ir de la mano a cualquier lugar. Podría tener miedo, pero miedo contigo, de ese que te eriza la piel y te hace querer adelantar el tiempo, o tal vez hacer que un instante dure un poco más, el suficiente para que no se nos olvide nunca. No dormirme hasta escuchar el móvil. No soñar nada en especial, sólo porque no creo que fuese a superar esto. Tomar vino y cenar en un restaurante bonito, pero también pasar noches enteras comiendo gominolas y chocolates bajo una manta, diciendo cualquier cosa sólo como excusa para que me abraces otra vez. Ver un atardecer al lado del mar, respirando sal y vida. Podríamos ser mil cosas a la vez, sólo tenemos que creerlo. Cerrar muy fuerte los ojos y sabernos invencibles, porque muchas veces llego a pensar que lo somos. Porque mírame, he llegado a matar todos mis monstruos por ti. Y creo también que ya ni siquiera me preocupa lo que pudo haber sido, sólo todo lo que voy-vamos a ser a partir de ahora.
Tengo tanto dando vueltas que no se qué empezar a tirar primero. Siento las mentiras volando alrededor, el frío de algunas noches, el silencio en que lo dejas todo cuando decides desaparecer. Y siento que a veces no debería darle la mano a nadie, tengo tanto miedo de creer que hasta me asusto a mí misma. Y entonces me doy cuenta que sólo soy cómo el resto. Que aferrarse a algo te acaba ahogando, que sólo tienes que intentar respirar por tu cuenta porque si compartes el aire quizá no te salves. Hay veces que los demás deciden dejarte, y no puedes hacer nada para evitar que se vayan, sólo tratar de no quedarte tú. Y no sé cómo me las arreglo para quedarme siempre con todas esas preguntas que nunca encuentran explicación, con el corazón un poquito más roto, con escalofríos que me recorren las manos y me congelan el mundo. Siempre estuviste lejos, pero ese nunca fue un motivo para dejar de creer... Sin embargo, hoy ya no creo nada. No quiero creer en nada.

domingo, 15 de abril de 2012

La vida no tiene absolutamente nada que ver con la perfección. No son ni viejas amigas, ni conocidas, nunca compartieron piso; Tampoco fueron vecinas.. Más allá de todo esto, sí me atrevería a decir que fueron algo. Si la perfección y la vida algún día tuvieron un acercamiento, estoy casi segura de que fueron enemiga hasta el límite. Porque, pensando y repensando todo aquello penable acerca de este asunto.. ¿Qué es la perfección? Ser alguien perfecto significa ser alguien de quien todos tengan la idea común de que sí lo es. Pues, si una sola persona en el mundo no creyese que lo fueras, entonces ¡Oh, no! Inmediatamente dejarías de serlo. Todo el esfuerzo no hubiese servido de nada, cero, nulo. Para que todos lo creyesen necesitaríamos ser bien vistos a los ojos de todos: Complacer deseos ajenos, llenar vacíos emocionales, no permitirnos la posibilidad de cometer un error que pueda decepcionar a nadie, superar expectativas y aspiraciones que el resto tienen puestas en nuestras vidas. Y un tan largo etc. ¿Es acaso esto, mínimamente posible? Además, suele ocurrir con cierta frecuencia que, aquella persona tan tremendamente preocupada por conseguir llevar a cabo todas las funciones que conlleva cuadrar con el perfil idea del ser perfecto es más rehuída, criticada, castigada, culpada, hecha responsable de. ¿Responsable de? Responsable de todo aquello que ha hecho, intentó hacer, soñó lograr y que jamás consiguió que el resto coincidiese en que era, ni por una vez, lo correcto, lo "perfecto". Así pues, ¿Es autenticidad la palabra que buscamos y no perfección? Me parece graciosa esta situación, sonrío al descubrir la sencillez de un hecho tan invisible ante los ojos de la mayoría de seres humanos. La gente confunde dos términos en su particular camino hasta la felicidad. Lo gracioso no es esto. Lo realmente gracioso está en que estos términos son radicalmente opuestos. Mientras la perfección conllevaba todas las características mencionadas anteriormente, la autenticidad nos habla no de contentar a todos sino hacer feliz de satisfacer a quienes nos importan, a aquellos a quienes les importamos. ¿Cómo? Ahora viene la respuesta: Autenticidad es seguir tus pensamientos e ideales para poder compartirlos con la gente que te rodea, contagiarles de todo lo que conforma tu mundo, mostrarles y hacerles partícipes de todo eso que te hace un ser único, una persona tan tan y repito, TAN, especial. ¿Aún alguien duda si es esta la manera de llenar todo vacío de vida ajena? Yo no, nítidamente no. Dar el máximo que podemos dar de nosotros mismos. Esa es la única expectativa que deberíamos tener. Adiós exigencias absurdas. Hola fuerza, hola poder. Y, de este modo, y solamente de esta manera, podremos llegar a tocar el corazón de la gente que se cruza en nuestra vida, lograr la felicidad, la plenitud. Tocar el corazón de esa gente que jamás te mirará con ojos de decepción, personas que jamás se irán de tu lado ni mirarán en otra dirección cuando sientas que no hay nadie, cuando sientas la soledad. ¿Y sabes cuál es el por qué fundamental? Porque esas personas de las que te hablo.. Jamás querrán irse a otro lado, ni en otra dirección que no sea la tuya.
Lo mejor que nos podría pasar es que las relaciones viniesen con fecha de caducidad, como los yogures. Así sabríamos de ante mano cuál es la fecha del final y no perderíamos el tiempo con inseguridades, sospechas, ni discusiones. Nos dedicaríamos a disfrutar cada momento hasta la última décima de segundo. Aunque si lo piensas bien, lo bueno de no tener fecha de caducidad, es que nos permite seguir soñando en que éste yogur, sí que será para siempre.

lunes, 2 de abril de 2012


Iba caminando cuando lo ví, cuando lo volví a ver después de un tiempo. Como acostumbro, iba totalmente inmersa en cualquier lugar menos en los rostros de la gente que camina a mi lado o se cruza conmigo, en este caso estaba con una amiga cuando el pasó y se hizo notar. No me pregunten cómo fue que lo vi, creo que fue que en mi disperción lo note, sobresaltando entre tantas caras iguales. Solo se que sonrió y se avalanzó sobre mí, me abrazó como si el mundo se terminase con mi cuerpo, como si no hubiese notado que estaba acompañada. Es más alto que yo, así que suelo pararme en un estilo de puntas de pie para rodearlo con apenas un solo brazo por un hombro y darle un beso en la mejilla. Mi amiga se reía complice de su demostración. Me reía en cierto punto con ella de la situación, de verguenza, de sus ojos que me miraban intentando hablar sin poder hacerlo. Hablamos de algunas cosas al pasar, y sentí tu pesar al despedirte, lo hubieses prolongado, después de todo pareces evitar esos momentos a solas conmigo, miedoso a cometer un error, a llegar a lo inapropiado, a herir a terceros. Me evitas y lo se, lo noto, es evidente. Tu cara de santo te vende, no puedes evitarlo. Me pareció verte por reflejo darte vuelta a ver como seguía mi camino. Ibas a la facultad. Vestías unos pantalones formales y una camisa celeste que te daba ese toque tan revoltoso y rebelde digno de vos. Nunca sabrás que si algo deseo ahora es que me hables, ven, sientate, hablame. Dime que es de vos desde aquella noche, que fue de vos después de mi.

Tú, el chico que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chico que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

Siempre tienen algo que decir. Algo que acotar. No se cansan de vivir de mi vida, de los pocos momentos que parecen ser míos. Si quiero aquello, se meten en el medio y me impiden como puden obtener lo que quiero. No creen que pueda, que logre por mis propios medios conseguir aquellos objetivos que me propongo. Disfrutan verme sufrirlo, verme con impotencia y bronca con ese llanto que por poco se evapora en mi cara. Dudo si debe dolerme o debe ofenderme. Dudo si lo hacen para cuidarme, para que no cometa errores o si lo hacen por envidia, por no tener una vida. Me sorprendo muchas veces cuando me encuentro con personas que pensé que me querían intentando tirar los sueños más preciados que tengo abajo. No piensan en mí, no se alegran cuando me ven triunfar, no me abrazan ni mucho menos me ayudan. Cuando necesitas a alguien, cuando las cosas van mal, sólo ahí, te das cuenta de a quien realmente le importas. Sólo quienes te quieren te apoyaran en tus desiciones, por más duras que sean, aún cuando no las avalen del todo, estarán allí para vos porque al final, eso es lo que importa. Lo que importa, es la intención.

No escuché como te fuiste, ni siquiera sé si de verdad te has ido o sigues ahí, tan cerca como antes. No quiero moverme, no quiero que no vuelvas a volver. Te quiero ahora, aquí conmigo, quiero que me mires, que me mires y me digas todo eso que sólo tú puedes decirme. Me he dado cuenta de que no quiero que te vayas, ni hoy ni nunca, me he dado cuenta de que quiero estar contigo, como nunca antes lo he estado con nadie, y que no me importa, no me importa nada, mi vida no es la misma sin ti, conmigo, aquí. Te necesito, te necesito como no creí necesitar a nadie, con lo bueno, con lo malo, pero ya, que se acabe este juego, dejemos de pretender que no sabemos nada, dejemos de disimular y de hacer el payaso, por favor, ya basta. Olvida tus miedos y trata de entender que puede que seamos mucho más de lo que tú y yo estamos dispuestos a ver, que puede que esta sea una de esas extrañas cosas que sólo ocurren una vez en la vida, vamos, yo estoy contigo.

Ya nadie me mira como lo hacías tú, la verdad es que eres el único que sabe como mirarme. Tampoco nadie consigue entenderme, no he encontrado a nadie a quien le resbalen las cosas tanto como a mí. Nadie ha llegado aún a mi extremo estado de locura mental desde que no estás. La verdad es que ahora todo lo que viví antes de que tu llegases me parecen simples gilipolleces, y no consigo que nada me duela más que estar aquí sin ti.
Te echo (mucho) de menos.

Es cuando estoy contigo y me miras, y te miro yo después, y surge esa magia extraña entre nuestras miradas, ese clima curioso por todas las cosas que aún desconoce, ansioso, ansioso por poder besarte. Es el cosquilleo en la tripa, el roce de mis manos con las tuyas, como si no existiera nada más, como si nunca hubiese rozado otras manos. El calor de tu cuerpo. La risa tonta que intentamos evitar. Es el mirarte y sentir que tú también lo sientes. Son los gestos, el pequeño movimiento que hace que tu cuerpo se aproxime al mío, como si lo hubiese estado deseando toda su vida, y como si una vez pegado, no quisiera separarse más. Son todas y cada una de las palabras que salen de nuestras bocas con toda naturalidad, sin la necesidad de ser pensadas, como si sólo pudiésemos tener esa conversación el uno con el otro, como si nadie más existiera. El sentir que no me importaría seguir en ese estado contigo durante toda mi vida, el sentirlo sin saberlo, sin ninguna explicación, como algo natural, tan inevitable como respirar.

Háblame, dime que tú también me extrañas. Que quieres volver a oír mi voz y que necesitas mi sonrisa, dímelo, no te calles. Ven ahora o deja esto para siempre, pero muévete, haz algo. No te escondas más, deja de engañarte, de engañarme...olvida esa estúpida coraza, déjala a un lado. Sé capaz de decirlo con palabras y a la cara. Vamos, sabes que vale la pena. Siénteme, deja que yo te sienta también. Vamos, cuéntame todo lo que callas, sabes que soy la única que puede escucharte. Sabes que yo también te quiero.

Inténtalo, hazlo por mi, y por todas las veces en las que hemos dudado, por nuestras tonterías, por el brillo en nuestros ojos, por las sonrisas y los apodos. Por los besos el día exacto en el lugar exacto y contigo. Por nuestros miedos, por que podamos superarlos, juntos. Por mi piercing de la nariz, por los futuros tatujaes, por todas nuestras estúpidas conversaciones y por todas nuestras canciones. Poco a poco, no hay prisas, pero suéltala, déjala ir, y permítete, permitenos ser felices, no sé si lo merecemos, pero lo que si que sé es que nunca encontrare a alguien que me entienda como consigues hacerlo tú.

Si no me quieres ver más, dilo. Si quieres que me vaya de tu vida, dímelo también. Pero por favor, para ya. Para de mirarme como si fueses a comerte mi vida para luego fingir que no te importo. Sé valiente aunque sea por una vez y dime la verdad, mírame a la cara y dime que tu también lo sientes, que echas de menos los insultos y los besos. Que no puedes hablar con nadie como lo hacías conmigo, que los jueves son aún más pesados porque te faltan mis palabras. Mírame y cuéntame todo lo que te preocupa, deposita en mi todos tus miedos, que yo te ayudaré a superarlos. Exprésate, haz lo que te de la gana. Mírame a los ojos de una vez por todas y dime todo lo que callas, todo lo que escondes detrás de tu fachada, déjate llevar. O sé capaz de poner de acuerdo a la razón y al corazón, de que tus palabras concuerden con tus actos, y dime que no me quieres. Sé capaz de mentirme del todo, y no por la mitad.