Ella iba con la música, él con la mirada perdida.
El semáforo se puso rojo tan rápido que los dos tuvieron que parar en seco antes de cruzar.
Se miraron y, sin decir nada, ella le dio uno de sus auriculares.
Ninguno quería hablar, así que se limitaron a pasear mientras compartían esa canción que con tanta razón les recitaba: Mi vida sería un asco sin ti
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