Dame un bolígrafo y un papel y te enseñaré a soñar. Antes de que aprendas a soñar debes cerrar los ojos y imaginar un mundo nuevo, solo para ti y para mi..

lunes, 22 de agosto de 2011

La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes.


Él llego sin guantes, por eso, el primer gesto que conoció fue el de frotarse las manos, llevárselas a la boca y exhalar profundamente. Nunca pensó que algo así podría sucederle a ella, que jamás olvidaría los guantes en un mes como ese en una ciudad como aquella.
Se sentó con las piernas muy juntas -eso le gustó bastante- y se pidió un café. Llevaba sombrero negro, gabardina negra, zapatos negros. Sin brillar, pero limpios. Era apuesto y común, era todo lo que ella esperaba que fuese.
Cuando el hombre bebió su café, se quedó un tiempo sentado sobre la silla mirando el reloj que colgaba de la pared de la izquierda. Al hacerlo, su cuello se tensaba y su posición le dejó ver cómo era su perfil. Tenía un perfil cuidado y absolutamente varonil. Parecía rudo y enfadado con el mundo incluso sin tener ningún gesto marcado. Era algo que se atendía en sus mejillas, en las cejas pobladas y en el mentón sobresaliente.
Ella suspiró.
Al suspirar un silencio quedó instaurado en todo el recinto. Ella era protagonista de un enamoramiento fugaz, una enfermedad común entre las soñadoras que visitan cafeterías bohemias de la zona antigua de Amsterdam. Pero no estaba en Amsterdam y aquello sólo era un bar medio-limpio y medio-lleno a causa de la retransmisión de un partido de fútbol.
Como decía, ella, sentada y vigilante, había suspirado. Su suspiro recorrió un trayecto turbio rodeando a algunas personas, tratando de subsistir entre el humo y el barullo del local. Podría decirse que fue el suspiro más intrépido de la historia de esa chica medio-loca, medio-enamorada. El suspiro se coló en la taza vacía del hombre rudo del sombrero y la gabardina y descansó allí, junto a los posos de café. Ella lo vio todo en panorámico, apretó los ojos y dijo bajito:
-Vamos, vamos, deja de dormir y llega hasta su oído.
Esto, desde luego, no ocurrió. Lo que sí ocurrió es que el hombre dejó de mirar el reloj de la pared de la izquierda y al girar el cuello la vio, con el pelo corto, una bufanda-cebolla de muchas capas y un cigarrillo consumido en el cenicero. Ella estaba absorta en sus suspiros y no se dio cuenta. Él pensó que estaba loca entera.
Dejó el dinero sobre la mesa, se frotó las manos y exhaló sobre ellas al igual que había hecho al entrar. La chica seguía en trance. Y él se fue.

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