Dame un bolígrafo y un papel y te enseñaré a soñar. Antes de que aprendas a soñar debes cerrar los ojos y imaginar un mundo nuevo, solo para ti y para mi..

lunes, 22 de agosto de 2011

Reclamar un par de alas y salir volando de aquí.


Porque hay días que no lo pretendes pero estás ahí, en el bar, con todo ese barullo en estéreo a tu alrededor y te sientes marciana, abstraída, completamente fuera de lugar. Te levantas y empiezas a caminar, tal vez pisas un charco y te pones perdida, tal vez vas a por el autobús y pasa de largo. Miras el cielo y es gris y los edificios parecen comerte, haciéndote sentir insignificante.
A mí me suele pasar en los días de verano, cuando sale el sol y todo el mundo luce una sonrisa. Cuando el viento quema y me engulle me entran ganas de salir corriendo. Me imagino en Berlín a diez grados, con la nieve hasta las rodillas y una cerveza fría en las manos. Porque en Berlín todos son así, así de cuento, con las mujeres de trenzas largas y los hombres con gorros de lana. Y allí no siempre están contentos y desde luego el calor nunca quema.
Pienso que en Berlín habría sido menos marciana. Que habría días de lluvia que me atormentarían y que se me comería el blanco inmaculado de la nieve, igual que aquí se me comen las pieles bronceadas. Pero apuesto que todos nos hemos sentido así alguna vez. Mi madre reconoce haberse sentido siempre más bien una mujer de Nepal y mi padre tiene un fuerte aire austriaco, con todo ese piano en las venas. Mi gato a veces también es un poco bohemio, tirando hacia la París de principios de siglo.
Muchas veces me paseo por el aeropuerto y pienso en subir a un avión, perderme entre los bosques de Dusserdolf y que no me encuentren. Luego pienso que aquí está el columpio donde me di primer beso, la noria donde descubrí que Papa Noel eran los padres y la cafetería vieja y desgastada donde un chico me compró una rosa. Y el pub donde me invitaron a una copa, el hotel donde perdí la virginidad, varios bancos del parque donde lloré el desamor. Y al final no me voy, le he cogido cariño a este antro, a este barullo y a este olor a tabaco rancio. Perdonadme por querer abandonar, pero seguramente hasta tú también lo has pensado alguna vez. Nos encerramos en un número concreto de kilómetros cuadrados y cuando lo cotidiano empieza ahogar, todos, tarde o temprano reclamamos nuestro par de alas para salir volando de aquí lo más lejos y rápido posible.

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